Se han sumergido la luna y las Pléyades, media noche, pasan las horas y yo duermo sola. Sola, en alta rama, enrojece una dulce manzana, alto, en lo más alto, inadvertida a los recolectores. No, no inadvertida, es que no pudieron alcanzarla. De nuevo, el relajante Amor me perturba. Rastrero, incompatible, dulceamargo. Para ti, Atis, es odioso preocuparte por mi, y revoloteas hacia Andrómeda. Me parece que igual a los dioses es aquel joven que frente a ti se sienta y escucha de cerca mientras amablemente conversas. Y sonríes seductora. Si, esto aterra mi corazón dentro del pecho, pues tan pronto te miro un instante, como ya me es imposible decir una palabra, pues mi lengua desfallece; enseguida, un fuego sutil irrumpe bajo mi piel, nada veo con mis ojos, zumban mis oidos, se me esparce el sudor, un escalofrío me apresa toda, estoy pálida que la hierba y me parece que falta poco para morir. Pero todo hay que soportarlo, pues esto es así. Amor: zarandea mis sentidos, como el viento en la montaña acomete a las encinas. Tengp una linda niña con la hermosura de las flores de oro. Cleide, mi encanto. Por ella yo daría la Lidia entera y mi tierra querida. No llores, Cleide: donde se honra a las musas no se permiten trenos, en nuestra casa no sientan bién. |
domingo, 15 de julio de 2007
POESÍAS DE SAFO
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario