domingo, 15 de julio de 2007

POESÍAS DE SAFO









Se han sumergido la luna y las

Pléyades, media

noche, pasan las horas y yo duermo sola.


Sola, en alta rama, enrojece

una dulce manzana,

alto, en lo más alto, inadvertida a los

recolectores.

No, no inadvertida, es que no

pudieron alcanzarla.


De nuevo, el relajante Amor me

perturba.

Rastrero, incompatible, dulceamargo.

Para ti, Atis, es odioso preocuparte

por

mi, y revoloteas hacia Andrómeda.


Me parece que igual a los dioses

es aquel joven que frente a ti

se sienta y escucha de cerca mientras

amablemente conversas.


Y sonríes seductora. Si, esto

aterra mi corazón dentro del pecho,

pues tan pronto te miro un instante,

como ya me es imposible decir una

palabra,

pues mi lengua desfallece; enseguida,

un fuego sutil irrumpe bajo mi piel,

nada veo con mis ojos, zumban

mis oidos,

se me esparce el sudor, un escalofrío

me apresa toda, estoy pálida

que la hierba y me parece que

falta poco para morir.

Pero todo hay que soportarlo, pues

esto es así.


Amor: zarandea mis sentidos, como

el viento

en la montaña acomete a las

encinas.


Tengp una linda niña

con la hermosura

de las flores de oro.

Cleide, mi encanto.

Por ella yo daría

la Lidia entera y mi tierra querida.


No llores, Cleide:

donde se honra a las musas

no se permiten

trenos, en nuestra casa no sientan

bién.

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